¿Qué dirían ustedes si se los invitara a ir a caballo al Paraguay? Lo pensarían, ¿no? Y mucho más si éste fuera el itinerario: de Buenos Aires a San Nicolás. De San Nicolás a Santa Fe. De allí a la Bajada del Paraná. Cruce por Entre Ríos. Después Corrientes, Misiones y, finalmente, el Paraguay. ¿Y si a eso se le agregara que habrá que transitar por caminos no trazados, sin disponer de mapas ni de baquianos seguros; pasar por bañados, esteros; cruzar arroyos y ríos a nado o en botes de cuero; superar pantanos, eludir yacarés, yararás; asimilar torrenciales lluvias, dormir a la intemperie...?
Más de uno estará conjeturando que se los invita a una epopeya, con un cruce histórico del tiempo. Ahora entienden por qué Belgrano forma parte del anuncio. El año les resultará más que conocido: 1810. La Primera Junta está en el gobierno. ¡Se han metido en un lío! Buenos Aires tiene que llamar a consulta a las demás provincias del Virreinato para ver si acuerdan la actitud adoptada en el reciente mayo y envían sus diputados para participar de un Congreso general. Y hay problemas. No solamente habrá que anoticiar a los pueblos del Interior de las razones del paso dado, sino, además, ganarse la opinión de las provincias del Alto Perú y protegerlas de las fuerzas españolas, sofocar la rebelión en Córdoba, atender -en 1811- la oposición y amenaza del gobernador Elío en la Banda Oriental, convencer a l os habitantes del Paraguay. Con tantos problemas no es de extrañarse que comiencen las diferencias entres los miembros de la Junta.
¿Y qué pasa con Belgrano? Estamos en septiembre de 1810. Aquel hombre de 40 años, abogado y economista recibido en España, en cuyos salones cortesanos aprendió el arte de la conversación, aquel hombre educado, fino, según vemos en más de un retrato, el mismo que en tiempos de la Colonia luchó, desde su puesto de Secretario del Consulado (algo así como un ministerio de agricultura y ganadería), por el cultivo de los campos, la representación de los hacendados, la libertad de comercio y la necesidad de una mayor educación, acaba de recibir el nombramiento de gobernador y jefe supremo de la Banda Oriental, el 4 del mes, y la extensión de tal autoridad militar a la provincia de Corrientes y a la gobernación del Paraguay, 20 días después, cuando la Junta le ordena que dejeel suelo oriental y se dedique a organizar una expedición al Paraguay. Frecuentemente le ocurrirá algo así: estando por hacer algo, se le pide que se dedique aotra cosa, otra misión.
Belgrano está enfermo –otra frecuencia de su vida–, convaleciente. ¿Qué hará? Partió hacia San Nicolás de los Arroyos, el 28 de septiembre de 1810. Es decir: obedeció sin más y se puso en camino. Él mismo nos ha dejado escrito en su autobiografía el motivo por el que aceptó aquel cargo militar y la, al menos, fatigosa expedición: "[…] porque no se creyese que repugnaba los riesgos, que sólo quería disfrutar de la capital". Como se ve, no faltaba tampoco por entonces la maledicencia.
La expedición le llevó a recorrer 1.800 kilómetros y a emplear varios meses para su cumplimiento. Imposible seguirlo cabalmente en estas páginas. Pero bien podría ser un proyecto para realizar en clase. Sería formidable ir completando el mapa de viaje tan extenso, anotando parajes, geografía, flora, fauna, poblaciones. Anotar los hechos heroicos de Belgrano y de quienes lo acompañaron. ¡Cuántos de ellos murieron en tal empeño! Anotar sus palabras. Sus comunicaciones a Moreno, a Saavedra, a la Junta, al general paraguayo Cabañas. Leer –como quien esto escribe– en obras especializadas, como Belgrano –de su descendiente Mario Belgrano (Edición del Instituto Nacional Belgraniano)– o Vida, época y obra de Manuel Belgrano, de Ovidio Giménez (Academia Argentina de la Historia), el relato de tal gesta heroica. ¿Lo fue realmente?
Cuando yo era muchacho me quedó de la campaña al Paraguay nada más que lo siguiente: Belgrano los convenció a los paraguayos por su habilidad verbal (labia) de abogado. ¿Es cierto esto? Es cierto. Pero es muy poca cosa. 1.800 kilómetros de penurias, hambre, confusión, aventura, adversidad, luchas, muertes no pueden resumirse con simplezas. Sin embargo –según anota Giménez– parece ser que la misma Junta no estuvo lejos de estas nimiedades: "miró como cosa de poco más o menos".
Entre tantas dificultades, algunas fueron buenas noticias. Tal es el caso del entusiasmo y buena disposición con que lo recibió el pueblo de Santa Fe, la generosidad de don Francisco Antonio Candiotti, el desprendimiento de doña Gregoria Pérez. ¿A qué no saben cuál fue una de las preocupaciones de Belgrano en tierra santafesina? La de saber cuántas escuelas había. Preocupación que ya le venía de su labor en el Consulado, en cuya función había promovido el 1.º de enero como Día del Maestro. Preocupación que volvió a repetirse en la fundación de los pueblos de Curuzú Cuatiá, de Mandisoví, pues –como apunta Mario Belgrano transcribiendo al prócer–, no pudo "ver sin dolor que las gentes de campaña viviesen sin oír la voz del pastor eclesiástico, fuera del ojo del juez y sin ningún recurso para lograr la educación".
La compasión es uno de los tributos más humanos de su noble corazón. Ejemplar en tal sentido su reglamento para los indios de Misiones. Es de señalar otro rasgo sobresaliente de su personalidad: en medio de las circunstancias, generalmente tan contrarias, de la guerra, su temple de civilizador lo llevaba a pensar en el bienestar y porvenir de los pueblos, especialmente de los más necesitados. Así le escribía a la Junta, desde el destacamento de Tacuarí, a fines del año patrio: "Mis conversaciones acerca de sus derechos y de los cuidados de V. E. para sacarlos de su abyección tan espantosa, y algunas distinciones que les he concedido con destino al cuerpo de Milicias Patrióticas que dispongo se forme, sentarlos a mi lado, darles la mano, y aquellas atenciones que se deben de hombre a hombre que he practicado con estos infelices, parece que los han sacado de un letargo profundo y vueltos a la luz del día".
¿Cuál fue la epopeya de Belgrano en el Paraguay? El haber luchado con un ejército de menos de 1.000 hombres contra otro de 12.000. El de ir él mismo al frente de las tropas, en más de una ocasión: la mejor inyección anímica para aquellos improvisados soldados. El haber convertido en retirada honrosa lo que tendría que haber sido una calamitosa derrota. El haber dejado en el general Cabañas y en muchos paraguayos la semilla de la libertad americana. Dicen que Belgrano mismo pronunció este deseo: "Espero que algún día se cante esta acción heroica digna de eternizarla". ¿Se lo contentará algún día?
Alfredo Jorge Maxit
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